Naranjones
Por Luis Peralta
Yo, que acostumbro a reirme sin piedad de las distintas anécdotas que nos ocurren casi día a día, me siento con la obligación de relatar mi última metedura de pata. Y cuento la mía antes que las de los demás, porque si empezase a contar las de Dani me empezarian a saltar las lágrimas.
Bien, pues, yo, españolito, siguiendo consejos de gente experta, me decido a llenar mi cuerpo de vitaminas, por eso de subir las defensas. Cómprate naranjas y limones me habian dicho. Pues a comprar naranjas y limones me fui yo, al súper.
Vaya naranjones, me digo. Es que eran del tamaño de tres naranjas de las de toda la vida cada una. Total, me digo, con este tamaño, no me voy a comprar nada más que cuatro, porque cada una de estas me mete un chute que paqué. Cojo mis cuatro naranjas y una bolsa de limones. Me pongo en la cola y me extraño de que una chica en la cola hubiese encontrado las naranjas de tamaño normal. Pero bueno, no desisto, sigo en la cola, con mis naranjas. A mí me gustan grandes.
Ayer, después de cenar, me digo que ya es hora de comerme una. Empiezo a pelar y a la primera que consigo ver la fruta por dentro me llevo ya la sorpresa: ¡era roja! Bueno, tampoco es tan grave, las naranjas sanguinas no están nada mal. Luego, para hacer gajos las paso canutas, por lo que decido partirme cuatro trozos, igual que se suele hacer con las manzanas. Y me decido a pegar un mordisco a mi orgullosa naranja, ahora sanguina, con el único objetivo de llenarme de vitaminas.
Pues, sorpresa. Sí, sorpresa. Resulta que las maravillosas naranjas que me he comprado son pomelos. Sí, pomelos. De color naranja por fuera y rojo por dentro, pero pomelos en toda regla. Menos mal que sólo me compré cuatro. Quedan tres.