Realidad, recuerdos, melancolía
Por Luis Peralta
Después de muuucho tiempo sin coger un avión, tren, autobús o coche para hacer un trayecto distinto a Castellón/Múnich, llegó la hora. Y fue este pasado fin de semana, del 6 al 9. Y nada más y nada menos que a Berlín.
Tres coches, doce personas, 650 kilómetros. Un coche alquilado, uno de un colega y el otro de los padres de Vicky. En tropel fuimos: Inés, Alberto Valencia, Alberto Burgos, Julio Valencia, Max, Diego, Alejandro, Vicky con sus padres y hermana y yo. El sábado se nos unirian Fran y un colega suyo.
La entrada a Berlín fue dura, nos quedamos en el Generator, un albergue de lo mejorcito en la parte este. La guía Michelín nos falló un poco con las últimas indicaciones, así que no nos quedó más remedio que ir preguntando. Berlín no es Múnich y no se trata únicamente de la localización geográfica. Resulta que vivo en el Beverly Hills alemán. Y ver de nuevo, después de 7 años la capital fue un he abierto los ojos, estilo salir de Matrix. Todo esto viene porque nada más salir del coche se respira un ambiente distinto: la gente no viste bien, hay pintadas, hay punks, delincuencia, … Mientras buscábamos el albergue pasé por delante de por donde viví mis tres grandes semanas berlinesas (cosa que me tuvo que decir Melanie el domingo, porque yo no me acordaba de dónde era).
El primer día fue tranquilito, aunque a Diego ya le dio tiempo para hacer de las suyas, subido a una ventana en bolas (quiero esa foto!!). Salimos a tomar algo por ahí, pero el desconocer las zonas de marcha nos paró un poco. Pero no nos iba a pasar lo mismo al día siguiente, nos lo prometimos.
El sábado fue el día turismo 100%, con una visita guiada de lo más currado: que si el muro, el búnker del colgado, catedrales, la torre de comunicaciones (la más grande de Europa, por cierto), Checkpoint Charlie (y sabeis de qué viene el nombre? ;), la puerta de Brandenburgo, Unter den Linden, el ayuntamiento rojo, … vamos, la tira de cosas. Muchas fotos (demasiadas, que alguien le quite la cámara a Vicky!!).
El sábado fue el día más melancólico para mí: todo estaba lleno de recuerdos, todo. Yo estuve en Berlín y casi podría que decir que sin ser turista, porque bien recuerdo como era un chavalín pero iba totalmente a mi bola.
El sábado noche requiere un párrafo aparte. Sabido lo pasado el día anterior, decidimos que íbamos a hacer una visita guiada por los bares (sí, de eso hay). Pero resulta que llegamos tarde (manejar un grupo tan tocho es difícil), y cuando nos reenganchamos las amables guias nos dijeron que no pensaban que pudiesen calmar las ganas de marcha que llevábamos encima (si ellas supiesen…). Así que fuimos a nuestra bola: bareto perdido, el famoso Tacheles y la discoteca. Pero resulta que Diego y Alberto Valencia iban ya como cubas (o éso les dijo el portero), con lo que fue imposible que entrásemos todos. Una noche al agua. Recordemos sin embargo, el diálogo entre el puertas y Diego:
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Puertas – No entras, estás borracho, te lo he dicho antes
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Diego – … parrafada llena de labia y acento murciano …
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Puertas – Que no entras, que te crees que soy tonto, que ahora vienes que esta chica (por Ana) y antes venias con esa (por Inés)
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Diego – Pero a vé, tú te cree que yo podría está hablando alemá contigo si estuviese borracho?
Total, las 4 y pico y casi todos de vuelta a casa (Fran, Julio, Alejandro decidieron volver al Tacheles). De todas formas, el día siguiente iba a ser duro, así que tampoco era tan grave.
El domingo fue de catedral y vueltas varias. Por la tarde me encontré con mi pasado. Si bien está claro que cada momento nos cambia, que cada instante nos hace distintos a lo que éramos hace unos segundos, hay cosas que marcan la vida de uno de forma tan profunda que es imposible que uno vuelva a ser el mismo, aunque se lo proponga. Y sí, mi primer amor (siendo renacuajo o ya no tanto), Melanie, se tomó un pedazo helado conmigo. Experiencia memorable. Todavía me pregunto cómo me podía clavar su mirada de esa manera.
Para salir de Berlín también las pasamos canutas, los dos coches. En el primer coche tuvimos suerte porque un turco que había trabajado en la construcción del estadio de Múnich nos llevó hasta la boca misma de la autopista…
Si JFK pudo decir en su día que era un berlinés, aquí voy yo: Ich bin ein Berliner!.
Por cierto, sé de sobra que me dejo anécdotas del viaje para parar un camión, así que os dejo continuar a vosotros con los comentarios. Y no olvideis echar un vistazo a las fotos (por fin en formato panavisión).