Vida
Por Luis Peralta
Llevo tiempo pensando en el sentido de este blog, que como bien dice su título, no tiene ninguno. Sin embargo, echando un vistazo atrás de vez en cuando (a veces creo que el único objetivo de ese maravilloso enlace de Historia al azar existe sólo para saber de dónde vengo), noto un cambio de percepción de lo que significa mi blog para mí.
He hablado de todo : desde lo más personal a lo más técnico. Pero últimamente parece que los temas son un poco más cerrados y se quedan entre el microblogging (citas, enlaces, …) y lo más técnico. Y han sido precisamente los colegas los que me han hecho reflexionar sobre lo que escribo con frases tan contundentes como «no se entiende nada» (y eso que las funciones de resumen no son para tanto y que esto no es 11870.com :P). Diría que el cambio más importante ha sido que me he hecho un poco más pudoroso, que tengo un poco más de celos de mi vida más allá de lo técnico y las pequeñas sandeces. Pero no he sido el único de esa generación al que le ha pasado lo mismo, Javi lleva sin escribir algo decente más de un año.
Y hoy le estaba dando vueltas al tema de cambiar la tendencia. Y me preguntaba si tendría el coraje suficiente para hacerlo. A veces tengo recuerdos, recuerdos muy personales de hace muchos años y que me gustaría no perder. La gran duda es cómo hacer que esos trozos de memoria perduren (cómo hacerlos persistir, técnicamente hablando). ¿Escribiéndolos aquí? O no hace falta escribir nada porque si tanto han durado , ¿por qué tendrían que desaparecer ahora? En el caso de que lo mejor sea escribirlos, ¿es este blog el lugar adecuado?
Era un día normal, no llamaba la atención por nada en especial. Y, como todos los días, fui al cuarto de mis padres a despedirme antes de bajar a la parada del autobús para ir al colegio. Pero no estaban. Sé que no lo entendí, sé que me extrañó demasiado. No busqué ninguna nota, porque no tenía edad como para pensar que debería existir ninguna. Tampoco me asaltó una preocupación ni un miedo excesivo, tan solo estaba desconcertado, pero no temía por mis padres.
Al llegar al colegio se lo comenté a Montse. Y ella lo tuvo clarísimo desde el primer instante: yo había tenido una hermana. Particular facilidad tenía esa chica para sacarme los colores y esta vez tampoco iba a ser menos. Ni corta ni perezosa se fue a decírselo a la señorita , que tampoco dudó en decirlo en voz alta. Más desconcierto. Yo no entendía cómo podían estar tan seguras. Sí, mi madre llevaba tiempo embarazada, pero que no estuviera esa mañana en casa no significaba nada para mí. Simplemente, no estaba.
Como si de instinto maternal se tratase (que en cuanto a la señorita lo puedo hoy entender, pero no en cuanto a Montse que tenía los mismos años que yo), acertaron: al llegar a casa nos llevaron al hospital y ahí estaba Jara, mi nueva hermana. Recuerdos de esos momentos ya no tengo apenas. Era un 4 de febrero de 1987 y yo tenía 7 años.